Llevo prendidas en el escote las miradas de muchos hombres que me acechan con descaro, como si solo con asomarse a ese balcón, adonde se refugian pudorosos mis prominentes senos, les bastara para abrir el postigo.
No me gustan los hombres que miran con lujuria mal contenida las lomas de mis pechos asomando por el escote; sin embargo, me encantan los que posan su mirada en mis ojos y con encendido afán son capaces de entreabrir el portón del deseo.
A éstos, me complace sostenerles la persistente acechanza hasta que sin rubor se va desabrochando la abotonadura de la blusa; así, como por encanto y se les ofrece el fruto maduro de unos henchidos senos.
Parpadeo inquieta cuanto siento el suave roce de una caricia y me estremezco al percibir la suavidad de sus dedos sobre los temblorosos pezones.
Apenas soporto el aturdimiento de las caderas, cuando manos varoniles las abarcan con decisión de propietario.
Se confunden los sentidos, atisbando unos dedos merodeando entre las piernas, en lenta pero decisiva maniobra de avanzar por territorio harto conquistado
Me asusta más la respuesta que la pregunta, sabiendo lo que buscan, cuando ya me tiene el hombre a su merced, porque antes de herirme el cuerpo me ha desbaratado el alma.
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